Durante más de una década trabajé en la Hemeroteca Nacional, que es parte de la Biblioteca Nacional de México. Se localizan ambas en un monumental edificio de dos cuerpos, ubicado al Sur de Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En esta zona también se hayan otras construcciones para la Sala de Conciertos Nezahualcóyotl, para teatros, para la escuela de danza, para el Centro Universitario de Teatro, una librería, el Museo Universitario de Arte Contemporáneo, cines y otras dependencias.En el tiempo en que fui académico catalogador de la Hemeroteca, tuve la oportunidad de participar en discusiones sobre la naturaleza de la Biblioteca Nacional, dado el estado de subordinación en que se encuentra al ser parte del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM (IIB). Esas conversaciones también se hacían por la preocupación que nos causaba el notar que la biblioteca no tiene ninguna presencia o trascendencia dentro del territorio nacional, ni incide en las normativas o los planes y programas que tienen que ver con la información, el conocimiento, la documentación o la educación.Como en muchos otros países, la idea de que México tuviera una biblioteca que la identificara como nación y estuviera encargada de juntar, organizar y difundir el patrimonio bibliográfico y documental mexicano se comenzó a fraguar en fecha cercana a la consumación de su Independencia. Sin embargo, como es regla general que las clases gobernantes no se destacan por sus luces, sino que siempre están limitadas en su visión, sea por ambición o por soberbia, no se tuvo una institución bibliotecaria más que por decreto hasta 1867, y de facto hasta la penúltima década del siglo XIX. Esa primera biblioteca fue una suma de desatinos que no enorgullecen a nadie, más dedicada a atender el desorden de sus colecciones y a dar respuesta a las imposiciones gubernamentales que la obligaban a cumplir con tareas educativas.
En medio de un analfabetismo generalizado, a partir del ocaso del siglo decimonónico, la Biblioteca Nacional se involucró en la aventura de la investigación y la compilación bibliográficas, valorando los trabajos previos y promoviendo nuevos, sin lograr que se comprendiera la importancia de los resultados que se iban obteniendo para la educación, la investigación y la cultura en México.
En 1929, luego de la declaración de la autonomía universitaria, el gobierno federal se desharía de la Biblioteca Nacional, entregándosela a la renaciente UNAM para que hiciera con ella lo que quisiera. En contraparte, el gobierno retuvo el Archivo General de la Nación y otros repositorios que habían mostrado mayor utilidad. La única persona a quien le preocupó ver por la Biblioteca Nacional fue el prócer José Vasconcelos.
A inicio de los años 40, Vasconcelos fue nombrado director de la Biblioteca Nacional y retomó un viejo proyecto que había propugnado casi 20 años antes para dotarla de un nuevo edificio que pudiera albergar un millón de libros. En 1944, se le propuso a Vasconcelos que la Biblioteca Nacional se instalara en el edificio de La Ciudadela, donde ahora se encuentra la Biblioteca de México José Vasconcelos. En febrero del siguiente año, el director de la Biblioteca Nacional pidió al Consejo Universitario de la UNAM que formulara la devolución de esa institución al gobierno federal, en particular a la Secretaría de Educación Pública, pero la solicitud fue rechazada. Hasta donde sabemos, ésta fue la última vez que se hizo un intento de tal naturaleza.
En 1967, con los festejos del centenario de la Biblioteca Nacional, se concretó un cambio en la estructura orgánica de la UNAM, al dejar de depender estructuralmente la biblioteca del Rector y pasar a conformarse como parte de un nuevo instituto, dedicado a la investigación bibliográfica (IIB). Con esta acción, inició la pérdida de la que debió haber sido la máxima institución bibliotecaria de la nación.
Es de notar que, sin pretender demeritar los trabajos bibliográficos del IIB, la Biblioteca Nacional de México se ha convertido en otra biblioteca universitaria de la UNAM, que vive en un estado de excepción por una Ley de depósito legal que le garantiza la mayoría de sus adquisiciones, y porque no entra en la definición del Sistema Bibliotecario de la Universidad. A esto hay que agregar que tampoco publica la bibliografía nacional, que sus registros catalográficos son de baja calidad y poco confiables, y que todo el trabajo que realiza sirve sólo a los investigadores del Instituto al que está adscrita y a un número ridículo de usuarios, de entre los cuales alguno se queja ocasionalmente debido a la pobreza de los servicios.
Es triste ver que esta biblioteca meramente se hace notar para exigir que se le reconozca la titularidad de su nombre, como cuando en el sexenio pasado un reconocido escritor por error designó a la Biblioteca Vasconcelos (también conocida como “Megabiblioteca”) con el nombre “Biblioteca Nacional”, y el entonces director del IIB Vicente Quirarte Castañeda fue quien exigió y recibió el desagravio de la Presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Con todo, no podemos negar que ésta sigue siendo una institución misteriosa y encantadora, que aún guarda algo de abolengo trasnochado, de ese que nos gusta a las mentes barrocas. Por este motivo, quien desee conocerla puede ir al Circuito Mario de la Cueva, Centro Cultural Universitario, Ciudad Universitaria de la UNAM. Además, se puede visitar su sitio web http://biblional.bibliog.unam.mx/bibn. Al recinto, se puede llegar en carro o bien tomando un camión interno de la UNAM en el metro Universidad, de la ruta tres. También se puede llegar caminando desde la avenida IMAN, aunque es un poco retirado y no lo recomiendo. Sólo les sugiero no llevar con ustedes a menores de 16 años, pues les obligan a dejarlos en el guardarropa.
* Parte de la información histórica incluida se basa en el libro Ziegler, J. von. (2006). La Columna rota: La Biblioteca de México o La voluntad de construir. México: Océano.
En 1929, luego de la declaración de la autonomía universitaria, el gobierno federal se desharía de la Biblioteca Nacional, entregándosela a la renaciente UNAM para que hiciera con ella lo que quisiera. En contraparte, el gobierno retuvo el Archivo General de la Nación y otros repositorios que habían mostrado mayor utilidad. La única persona a quien le preocupó ver por la Biblioteca Nacional fue el prócer José Vasconcelos.
A inicio de los años 40, Vasconcelos fue nombrado director de la Biblioteca Nacional y retomó un viejo proyecto que había propugnado casi 20 años antes para dotarla de un nuevo edificio que pudiera albergar un millón de libros. En 1944, se le propuso a Vasconcelos que la Biblioteca Nacional se instalara en el edificio de La Ciudadela, donde ahora se encuentra la Biblioteca de México José Vasconcelos. En febrero del siguiente año, el director de la Biblioteca Nacional pidió al Consejo Universitario de la UNAM que formulara la devolución de esa institución al gobierno federal, en particular a la Secretaría de Educación Pública, pero la solicitud fue rechazada. Hasta donde sabemos, ésta fue la última vez que se hizo un intento de tal naturaleza.
En 1967, con los festejos del centenario de la Biblioteca Nacional, se concretó un cambio en la estructura orgánica de la UNAM, al dejar de depender estructuralmente la biblioteca del Rector y pasar a conformarse como parte de un nuevo instituto, dedicado a la investigación bibliográfica (IIB). Con esta acción, inició la pérdida de la que debió haber sido la máxima institución bibliotecaria de la nación.
Es de notar que, sin pretender demeritar los trabajos bibliográficos del IIB, la Biblioteca Nacional de México se ha convertido en otra biblioteca universitaria de la UNAM, que vive en un estado de excepción por una Ley de depósito legal que le garantiza la mayoría de sus adquisiciones, y porque no entra en la definición del Sistema Bibliotecario de la Universidad. A esto hay que agregar que tampoco publica la bibliografía nacional, que sus registros catalográficos son de baja calidad y poco confiables, y que todo el trabajo que realiza sirve sólo a los investigadores del Instituto al que está adscrita y a un número ridículo de usuarios, de entre los cuales alguno se queja ocasionalmente debido a la pobreza de los servicios.
Es triste ver que esta biblioteca meramente se hace notar para exigir que se le reconozca la titularidad de su nombre, como cuando en el sexenio pasado un reconocido escritor por error designó a la Biblioteca Vasconcelos (también conocida como “Megabiblioteca”) con el nombre “Biblioteca Nacional”, y el entonces director del IIB Vicente Quirarte Castañeda fue quien exigió y recibió el desagravio de la Presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Con todo, no podemos negar que ésta sigue siendo una institución misteriosa y encantadora, que aún guarda algo de abolengo trasnochado, de ese que nos gusta a las mentes barrocas. Por este motivo, quien desee conocerla puede ir al Circuito Mario de la Cueva, Centro Cultural Universitario, Ciudad Universitaria de la UNAM. Además, se puede visitar su sitio web http://biblional.bibliog.unam.mx/bibn. Al recinto, se puede llegar en carro o bien tomando un camión interno de la UNAM en el metro Universidad, de la ruta tres. También se puede llegar caminando desde la avenida IMAN, aunque es un poco retirado y no lo recomiendo. Sólo les sugiero no llevar con ustedes a menores de 16 años, pues les obligan a dejarlos en el guardarropa.
* Parte de la información histórica incluida se basa en el libro Ziegler, J. von. (2006). La Columna rota: La Biblioteca de México o La voluntad de construir. México: Océano.